Wednesday, September 27, 2006

Rompe Grupo

Editorial
Tal Cual


La modestia no es precisamente una de las virtudes que caracterizan al candidato continuista. Y mucho menos la prudencia. De sus delirios de grandeza tienen los venezolanos toneladas de ejemplos.

“Yo soy el único que en estos momentos puede dirigir a este país”, fue lo último que dijo, como si viviera en una nación de bolsas, incapaces de darse cuenta del fracaso monumental que es su ya larguísima gestión.

De su incontinencia verbal queda como triste y peligroso resultado el deterioro de las relaciones no sólo con el imperio, sino con países hermanos, con los cuales Venezuela siempre tuvo cercanía, hermandad y provechosos intercambios comerciales.

Sería muy largo para este espacio enumerar los incidentes, las metidas de pata, las injerencias descaradas en asuntos internos de otras naciones que han provocado roces, notas de protesta, retiros de embajadores. Y además no es necesario.

Para darnos cuenta de la improvisación, de la chapucería que hoy priva en la política exterior venezolana basta con ver lo que ocurre con Perú, México y Chile, tres naciones latinoamericanas con las cuales siempre mantuvimos lazos de amistad.

Resulta que el candidato continuista, no conforme con haberse metido hasta los tequeteques en las elecciones peruanas y mexicanas, ahora resulta que duda de los resultados electorales en esos países y no quiere reconocer a los candidatos ganadores, uno ya en ejercicio y otro en vías de tomar posesión de su cargo.

Su entrometimiento en los comicios de Perú fue tan descarado que hasta la esposa de Ollanta Humala, su candidato favorito, debió pedirle que dejara de meterse, que no lo nombrara más, porque cada vez que lo hacía le bajaba unos puntos en las encuestas. No hubo forma.

No le bastó con apoyar a Humala y arremetió contra Alan García, a la postre ganador, y a quien le niega la posibilidad de restablecer los vínculos.

Con México ocurrió algo parecido. Sus preferencias hacia López Obrador fueron indisimuladas y el intercambio verbal con Fox lo hizo extensivo hasta Calderón, quien, para mala suerte de Chávez, también resultó ganador.

Pero Yo El Supremo, el salvador del mundo, tampoco lo reconoce, a pesar de que el mandatario electo mexicano ha tenido gestos de conciliación.

Esta manera de conducir la política exterior venezolana no tiene parangón en cuanto a su irresponsabilidad. El candidato continuista no acepta sugerencias ni observaciones de nadie, pero él se mete en todo, y cuando no ganan sus favoritos simplemente canta los fraudes alegremente, ignorando las dudas razonables que genera nuestro CNE.

Y a los regímenes que reconoce sin tapujos son precisamente a los que ni sueñan con hacer elecciones libres, como el cubano, por ejemplo.

El caso chileno es de otra dimensión. Porque aquí se trata de una intemperancia del embajador venezolano, Víctor Delgado, quien tal vez inspirado en el hiperbólico discurso del jefe en la ONU, se creyó con luz verde para arremeter contra la Democracia Cristiana, uno de los partidos que forman parte de la Concertación y al que acusó de actuar contra Chávez como lo hizo contra Allende.

¿Ante qué estamos? ¿Es posible seguir manteniendo una política exterior alejada de las más elementales normas diplomáticas?
¿Hasta cuándo el chorro petrolero seguirá apuntalando la prepotencia?

¿Qué se puede esperar de quien pretende ser el salvador del mundo y sólo va dejando relaciones resquebrajadas?

Las consecuencias ya comienzan a verse. En su lucha contra el imperio, la falta de sindéresis lo extralimitó en la ONU. Es cierto que desató risas. Pero el puesto no permanente en el Consejo de Seguridad luce ahora más lejano.