Monday, September 18, 2006

Hacer política

Rafael Arráiz Lucca
El Nacional


Para algunos, Chávez es el autor de la crisis del sistema de partidos políticos en Venezuela y para otros, entre quienes me cuento, es una consecuencia de la crisis del mismo sistema. Pero decir sistema de partidos políticos no es otra cosa que señalar a la democracia. Sin ellos, sin la expresión organizada de la pluralidad de una sociedad de hombres libres, la democracia no existe. Los regímenes de partido único son expresión de una comunidad de esclavos: eso ocurrió en la Alemania de Hitler, en la Unión Soviética hasta la llegada de Gorbachov, y en la Cuba de hoy, un país en las antípodas de la libertad. Disculpen la crudeza, pero no hay otra manera de decirlo. Volvamos al tema de las primeras líneas.

No es fácil fijar la fecha de inicio de la decadencia del sistema de partidos políticos en Venezuela, pero sí es posible ubicar el año de 1989, con la descentralización política y administrativa, como un punto de inflexión de oro para su renovación. Ese era el momento del cambio de las tesis programáticas de AD y Copei, y la gran oportunidad para repotenciar la vigencia histórica de estas instituciones, pero lo dejaron pasar, y fue el momento del surgimiento de los primeros liderazgos regionales, muchos de ellos del MAS o de la antipolítica. A la par de este deterioro del papel que se esperaba de los partidos políticos en la sociedad, naturalmente fue desnaturalizándose el papel de los medios de comunicación, que invadieron espacios que no les pertenecían.

El gobierno de Chávez se inicia y transcurre con el enorme factor político a su favor de tener una oposición que hereda esta crisis, y que en consecuencia se entrega en manos de actores sin suficiente experiencia, que llegan a cometer errores dramáticos como los de los sucesos de abril, encarnados en la figura de Pedro Carmona Estanga y el fallecido cardenal Ignacio Velasco. La ristra de desaciertos continúa, en medio del desconcierto, mientras Chávez sigue gobernando con la mayor facilidad, y navegando en petrodólares como ningún otro gobernante venezolano. De pronto, cuando para muchos las esperanzas estaban perdidas, Petkoff, Rosales y Borges, sin desconocer el papel de Súmate en estos años, devuelven el balón al campo del que nunca ha debido salir: la política. Súbitamente la oposición ha ido despertando de la depresión de tantos años de dislates, para abrazar la encarnación de una posibilidad cierta de expresarse a través de la candidatura de un político, que se inició de muchacho como diputado a la Asamblea Legislativa, luego pasó al Congreso Nacional, después fue alcalde de Maracaibo, para sobre su obra hacerse elegir, con absoluta legitimidad, gobernador del Zulia. En otras palabras, un hombre probado en las tareas del Estado, como debe ser todo aquel que aspire a gobernar en una República.

Las posibilidades de triunfo de Rosales en las elecciones son ciertas, incluso son mucho mayores de lo que sus mismos seguidores creen. Esto, quienes lo sienten claramente así son sus adversarios, los chavistas que miran con alarma como sube el respaldo para este hombre directo, de pocas palabras, que dispara a la diana con claridad, y que tiene ganada una calle que Chávez no puede pisar sin arriesgarse a oler la mayor frialdad. Lo interesante de su candidatura, además de que pueda llegar a Miraflores, estriba en que se va constituyendo un movimiento político en torno suyo, que se define claramente por la vida democrática, con alternabilidad en el poder, con respeto por las libertades políticas y económicas, y colocando el énfasis necesario en la tarea urgente de incorporar a la mayoría a los bienes de la modernidad, empeño que hasta ahora no sólo no se ha logrado, sino que durante los años de gobierno de Chávez ha dado pasos hacia atrás.

Este renacer de la actividad política en manos de profesionales, es probable que abra el camino para otra necesidad urgente venezolana: que cada quien se dedique a lo suyo, sin que por ello se desentienda de los reclamos colectivos. Esta confusión de roles en la sociedad venezolana es una de las patologías más perniciosas que nos ha tocado vivir. Conduce a que algunos empresarios se hayan dedicado a la política; unos tantos políticos a los negocios; determinados dueños de medios a alcanzar el poder del Estado; ciertos sindicalistas a enriquecerse; unos cuántos alcaldes a "hacer la revolución" sin ni siquiera recoger la basura y, también, algunas ONG a desempeñar funciones de los partidos políticos.

Todo lo que contribuya con la confusión general es negativo, y lo que significa la candidatura de Rosales va en sentido contrario: trabaja por la unidad de la oposición que, grosso modo, rema hacia el mismo lugar: libertad, democracia, economía abierta, inversiones, justicia, seguridad jurídica y, sobre todo, incorporación de la mayoría a los bienes de la modernidad.